Érase una vez, hace más de trescientos años, en un país llamado Francia, un monarca muy presumido apodado el Rey Sol porque en su escudo lucía el astro solar, símbolo de su reinado. Fue proclamado rey a la temprana edad de cinco años y reinó hasta su muerte que le llegó a los setenta y siete años. En este periodo apoyó al teatro, la pintura, la escultura, la música, la arquitectura y las ciencias e hizo de Francia el país más poderoso de Europa.

Por todo esto el Rey Sol, que realmente era Luis XIV, se ganó otro apelativo más: El Grande. Luis XIV, el Rey Sol o El Grande, era un hombre ambicioso, escrupuloso y muy vanidoso, inclinado a contemplarse en el espejo con su enorme peluca y sus trajes de lujosos encajes venecianos. Pero a pesar de su poder y de su riqueza, tenía una desdicha difícil de curar, constantemente estaba apenado por su baja estatura. Hay personas a las que eso de la estatura les trae sin cuidado, sin embargo al Rey Sol le preocupaba en exceso y cuando le llamaban El Grande, no estaba seguro si era un elogio o una burla.

Luis XIV quiso remediar su desventura ordenando al zapatero real que añadiera unas alzas a su calzado, de modo que le hicieran parecer más alto. El menestral labró unos suntuosos tacones con piedras preciosas incrustadas y cuando el monarca se presentó en público con aquellos añadidos, despertó la admiración de sus súbditos. A pesar de la incomodidad caminaba por palacio luciendo una nueva perspectiva, sintiéndose más feliz que una perdiz. Pero su alegría duró poco porque los cortesanos, acostumbrados a adular su rey, decidieron imitarle. Así, en la fiesta del cumpleaños del soberano todos los nobles acudieron calzando zapatos de tacón alto, y el Rey Sol, al no ser el único que elevaba su estatura, volvió a sentirse tan pequeño como siempre.

Al día siguiente el Rey Sol ordenó a su zapatero que elevara aún más los tacones y en la próxima aparición pública volvió a recuperar su estima. Pero el asunto no acabó aquí, porque los caballeros y las damas de la corte copiaron de nuevo la novedad del monarca y también acrecentaron la altura de sus botines, con tal suerte que la moda de encumbrarse en calzados altos llegó a extenderse a lo largo y ancho de Francia. Cuando el rey supo de esta conducta, se sintió tan furioso que prohibió el uso de los tacones en todo el reino, reservándose él el privilegio de usarlos. Por fin los zapatos del rey fueron los más altos y los más lujosos, adornados con brillantes, bordados de oro y lazos de seda.

En una ocasión, el Rey Sol, viajando desde el palacio de Versalles a París, se asomó por la ventanilla de su carroza y encontró entretenimiento en la observación de las pisadas que los caminantes habían dejado en el camino. Le llamaron la atención unas huellas recientes que formaban en el polvo unos dibujillos trenzados. Ordenó a su cochero acelerar la marcha siguiendo aquellas curiosas marcas y al poco tiempo alcanzaron a un hombre que era quien iba dejando las señales. Mandó parar la carroza y pudo comprobar que el calzado de este andariego humilde consistía en una simple tela cosida a una suela trenzada con esparto.

El rey se interesó por estas zapatillas y el caminante le dijo que venía de España, donde las llaman alpargatas, y que allí, en el tiempo seco, se usaban mucho. El rey pidió probárselas y se sintió tan a gusto que hizo el resto del viaje con ellas, compartiendo su carroza con el viandante español que no salía de su asombro, sentado junto al monarca, con los pies enfundados en los opulentos zapatos del rey, recubiertos de galanuras, rematados en metal noble, con escenas de batallas pintadas en los tacones, pero endiabladamente incómodos.

Desde entonces, el Rey Sol siguió presentándose en público con sus exagerados tacones, pero en la intimidad calzaba unas buenas alpargatas españolas, fabricadas en Cervera del Río Alhama, que era el lugar de procedencia de aquel caminante que reveló al rey la existencia de tan confortable calzado. Cuentan que el zapatero real acudió a España para aprender la técnica de las alpargatas, que posteriormente se extendió por el país galo, llegando a ser la ciudad de Mauleón el principal centro alpargatero de Francia.

La artesanía de la alpargata es una tradición en la localidad de Cervera del Río Alhama. La técnica de este calzado es de origen árabe.. La materia prima para la elaboración de la alpargata era el cáñamo, ahora se utiliza una planta de la misma familia, el yute. Resulta una bonita lección de ingenio ver el proceso de transformación de la planta de cáñamo en calzado, el paso de la quietud del reino vegetal, a los pies de los caminantes que no cesan de moverse por el mundo vistiendo sus pies de una forma sana y natural con alpargatas cómodas y elegantes y en muchos casos con mucho colorín colorado.